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La mayoría de las personas mayores de 30 años crecimos en una cultura en la cual la violencia era común en los procesos educativos, y por supuesto había cosas de las uno no debía hablar. Los profesores podían jalar las patillas de los alumnos por un error gramatical y dar reglazos y bofetadas a la menor provocación. Millones de padres aseguraban que más valía una nalgada a tiempo y los cinturonanzos eran aceptados y promovidos como buenos métodos educativos.
En estas circunstancias ningún niño podía negarse a las peticiones adultas, incluyendo situaciones de abuso sexual infantil. Fue el duro trabajo de muchos especialistas el que logró demostrar las causas y consecuencias del abuso infantil de cualquier índole.
Sin embargo, en estos tiempos también se está cayendo en un extremo peligroso. Los padres tienen tal miedo de no traumatizar a sus hijos y de que no sufran lo que ellos sufrieron, que no ponen límites en la educación de sus hijos. Desgraciadamente, sin límites no se pueden aprender principios ni valores, y tampoco se sabe en quien confiar. No saber en quien confiar, expone a nuestros hijos a los peligros de los depredadores sexuales.
Actualmente hay una corriente de psicoterapeutas especializados que están atendiendo a hombres y mujeres jóvenes, entre los 20 y 21 años de edad, que sufren inseguridad, inmadurez sexual y erótica, miedo y desapego emocional. Es decir, no están preparados para la vida adulta.
Estos adultos jóvenes, no sólo crecieron sin límites en su familia, sino que además fueron sobreexpuestos a la cultura televisiva que reproduce valores contradictorios, sexistas, machistas, aniñantes, que enaltecen el maltrato y la intolerancia.
Con lo cual, nos hemos vuelto una sociedad hiperinformada, pero mal informada; mucho no significa bueno. La violencia sigue normalizada entre adolescentes, niños y niñas.
Aunque se procura ya no utilizar castigos corporales, el resultado sigue siendo el mismo al no poner límites y desproteger a nuestros hijos, así como exponerlos a maneras inadecuadas de vivir el mundo a través de la televisión y la publicidad.
Es responsabilidad de todas las personas adultas erradicar esos valores de agresión y maltrato como formas de control, educación y dominio. El reto es lograr una educación integral, amorosa y activa.
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